jueves, 21 de agosto de 2008

WALL-E (2008) de Andrew Stanton

El pequeño WALL-E nos conquista el corazón. El pobre trabaja incansablemente y no se queja. Colecciona las cosas que le hacen gracia o en las que ve valor, como el estuche en vez de la anillo, y se aturde por falta de energía haciéndonos reír. Se enamora a primera vista y es capaz de recorrer el universo por su amada. Es el último idealista y el último habitante de la Tierra.

La película puede dividirse fácilmente en dos partes. La primera, arriesgada y apocalíptica, deudora de Keaton y del genial vagabundo creado por Chaplin. La segunda, trivial y atropellada, absurda como la mente de los humanos supervivientes y llena de homenajes -que casi es lo mismo que falta de ideas-.

Técnicamente soberbia en todo su metraje, adolece de la necesidad última de contentar al público infantil y se hace previsible desde la llegada a la nave de las eternas vacaciones. Las metáforas se convierten en burdas descripciones y la divertida constancia del robot limpiador Mo no impide algún que otro bostezo.

Una película muy irregular salvada por la emotividad de su protagonista.

Calificación: 6/10.

3 comentarios:

SALVATRON dijo...

Pues a mi me parece un peliculón y creo que sigues lastrado por ciertos prejuicios en torno al cine de animación. Es cierto que es una película para todos los públicos, pero eso no impide que se filtre cierta cantidad de mala leche para con ciertas costumbres de la sociedad de consumo (y esa leche agria no me parece nada obvia).

Carlos Castedo dijo...

Salvatrón, no tengo prejuicios hacia ningún tipo de cine. La crítica a la sociedad de consumo me parece trivial y poco sutil y, desde el punto de vista de tensión dramática, WALL-E es muy previsible en su segunda parte. Prefiero Toy Story, Shrek o Ratatouille.

Ivan dijo...

Coincido plenamente contigo, no entiendo tanto halago de obra maestra que ha recibido, si Wall-E es una obra maestra, apaga y vámonos. La primera parte en la tierra me encantó, con la otra casi me duermo de aburrimiento, y lo digo literalmente. El tramo en la nave es increiblemente infantil y repleto de mensajes más evidentes que un anuncio televisivo.
No creo que sea cuestión de prejuicios, sino de no dejarse llevar por la maquinaria publicitaria.
Saludos!