viernes, 11 de julio de 2008

Discurso final de El gran dictador

Lo siento, pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie sino ayudar a todos si fuera posible; judíos y gentiles; blancos o negros. Tenemos que ayudarnos unos a otros. Los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás no hacerlos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres.

El camino de la vida puede ser libre y hermoso; pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo que crea abundancia nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que maquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulcura. Sin estas cualidades, la vida será violenta, se perderá todo.

Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige que la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, a millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hacer torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: "No desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y caerán los dictadores, y el poder que le quitaron al pueblo se le reintegrará al pueblo. Y así, mientras el hombre exista la libertad no perecerá."

¡Soldados! ¡No os rindáis a esos hombres, que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen lo que tenéis qué pensar o qué sentir! Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como a carne de cañón. ¡No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres-máquinas con cerebros y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡No sois ganado!¡Sois hombres! ¡Lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No el odio! ¡Sólo los que no aman odian, los que aman y los inhumanos!

¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud sino por la libertad!

En el capítulo diecisiete de san Lucas se lee: el reino de Dios está dentro del hombre, ¡no de un hombre ni de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa, de convertirla en una maravillosa aventura. En nombre de la democracia, utilicemos ese poder, actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y nobre, que garantice a los hombres trabajo, y dé a la juventud un futuro y a la vejez seguridad.

Con la promesa de esas cosas, las fieras alcanzaron el poder. Pero mintieron. No han cumplido sus promesas. ¡Ni nunca las cumplirán! Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido, todos a luchar para libertad al mundo, para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, donde el progreso nos conduzcan a todos a la felicidad.

¡Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo genios como Chaplin llegan a la esencia misma del ser humano, con este canto a la libertad, a la igualdad, a la verdadera democracia, a la esperenza de un mundo más justo sin tanta codicia, ambición por ambición, rencor y odio. Simplemente, maravilloso.

Carlos Castedo dijo...

Quizá el más grande autor del cine. Divertido, humano, emotivo, crítico. No reinventó el cine pero creó un personaje universal que nos llenó el alma.