viernes, 3 de agosto de 2007

En la muerte de Bergman


La muerte de Bergman y Antonioni el lunes pasado nos deja más solos en el paisaje cinematográfico actual.
No pertenezco a la generación de aquellos jóvenes de los sesenta que descubrieron poco a poco y desordenadamente la obra de Ingmar Bergman pero sí que intuyo la magia que produjo entre ellos. Agobiados por los comerciales estrenos norteamericanos y las trivialidades nuestro cine, salvo honrosas excepciones, Bergman supuso el refugio de intelectuales, aspirantes a ellos o agónicos pedantes con ganas de sobresalir en la España franquista. Los circuitos que programaban su obra, cine clubes y salas de Arte y Ensayo, actuaron como punto de fuga de ideas, debates y, seguramente, asombro, dudas y estupor porque, no lo olvidemos, sus películas son complejas, cuando no crípticas, por mucho que se empeñen en obviarlo algunos críticos. La influencia y admiración llegó, no obstante, más allá y Allen, Saura, Mikhalkov, Godard o Truffaut beben más o menos intensamente de su obra.

Admirador de Fellini y Kurosawa, el descubrimiento del cine por Bergman se produce con diez años cuando sus padres les regalan a él y a su hermana una cámara en Nochebuena, su encuentro con el teatro se produce dos años después cuando asiste a la representación de El sueño de August Strindberg, desde entonces no abandonará estas dos pasiones –su filmoteca rondaba los cinco mil títulos, muchos en celuloide- aunque su relación con el cine haya sido de amor-odio. En su larga vida dirigió más de sesenta películas, algunas para televisión, en la mayoría de las cuales fue guionista, escribió y dirigió obras y organismos teatrales, publicó cuentos y novelas, fue productor teatral y cinematográfico, actor… es decir, nos dejó un legado cultural impresionante. La Palma de las Palmas de Oro que le concedieron sus colegas en 1997 como director más importante del siglo XX lo dice todo.

Influido por la filosofía de Sören Kierkegaard y el existencialismo, sin ninguna concesión a la taquilla, sus temas son la fragilidad del ser humano, su angustia, la búsqueda del sentido de la existencia, la solidaridad, la incomunicación interpersonal, especialmente en la pareja, y la liberación de la mujer. Sobre este aspecto recordemos sus palabras “la liberación de la mujer es un proceso fantástico, pero es inquietante que la gran masa de mujeres tenga todavía una actitud del siglo XIX”.

Nos queda descubrir algunas de sus películas, prácticamente todas editadas en la actualidad, y revisionar sus obras capitales como El séptimo sello, Como en un espejo o Fresas salvajes.